Ayer fui a ver el documental sobre Fabián Poloseki, me recordó muchas cosas que pensaba hace más o menos diez años que era algo así como ser joven-adulto antes de que yo fuera joven-adulto. Esa mezcla de film noire, bohemia de la calle Corrientes, revista Fierro, cuando el rock y la política estaban juntas, una noche de sábado bajo la lluvia con mi papá en la calle Florida buscando historietas de Milo Manara, Buenos Aires en un tono medio loco Chavez, los fideos de Pipo, los manteles de plástico.
Una forma en extinción de habitar Buenos Aires antes de la modernización de los 90’s, aventureros de bajos fondos con pocas mujeres que parecen vivir en una historieta de Muñoz, un libro de Jorge Asis (¿o es que ellos realmente retratan un estilo? - basta de construccionismo-). Bueno, en fin, la película sintetiza (y juega) con esa parte de Buenos Aires con lo que yo fantaseaba, es más, el mismo Poloseki hacía eso, algo que ya casi me olvidaba. Algo que sentía cuando veía sus programas y que sentía como algo propio, como algo familiar, creo que por eso algo nos gusta, por eso todos pensamos que es un programa de culto y a nadie se le ocurriría dudar de ello. Programa perfecto porque iba justo al centro de nuestra fantasía de todo lo que es interesante, serio (!), estéticamente fuerte, políticamente duro, toma exacta, irónico, silencio justo, texto exacto, forma negra, humo de cigarrillo, Olivetti, sobretodo, suicidio, algún lugar donde escaparse, algún lugar donde escaparse. Un mundo lleno de mundos cercanos y ocultos.
El documental es bueno, muy bueno. Relatos de amigos y no tanto, un bizarro Sofovich que o te hace reir y no le crees nada o pensás que todo es un poco más raro y complejo de lo que te hace reir. Escenas memorables de sus agudos reportajes, una sensación doble: parece haber en su vida privada todo eso que las vidas privadas tienen, vida cotidiana no tan intensa como los relatos de las figuras públicas y los héroes, sin embargo al mismo tiempo su persona y su personaje parecen superponerse, un viaje final a la psicosis y al suicidio, final justo para hacer de si mismo el periodista maldito. Su trabajo fue una sutil fuga en la televisión argentina de los lenguajes trillados del show bussiness, sin embargo al revés de los que entran en el mundo de la TV y se convierten en "mostros tostados en cama solar" del jet set local, Fabián Poloseki tiene todas las monedas para entrar en la puerta grande del maldito. Es justamente el ensañamiento final con la muerte lo más interesante del documental, justamente al tratar tan cotidianamente esa muerte desplaza de un lugar tan fácil a algo que parece mucho más terrible y real. Eso lo deja mucho más cerca de los espectadores, lo deja casi como un par. Es que Poloseki parece alguien cercano, que todos quisimos ser un poco, es un poco generacional, sus programas, sus documentalistas, sus amigos, mis amigos, mi papá, las fantasías de los veinte pico. A todos nos gustaba y eso del gusto parece hacer un efecto de comunidad, de sentirse parte de algo. Casi como un ritual que reafirma el pertenecer. Los programas de Poloseki (como muchas otras cosas), al menos para mí, conectaban el fin de la adolescencia con mundos que eran todavía un poco ajenos. Fantasía media real y media imaginada de la que todos tenemos un poco. La película fue como un viento fresco que me hizo acordar como yo pensaba que era ser algo así como 'adulto' en Buenos Aires hace diez años, una mezcla ingénua de cllichés de sexo, drogas, política, rock, literatura, historietas, cine negro, cigarrillos negros, chicas violentas, suicidios, viajes raros.
Una forma en extinción de habitar Buenos Aires antes de la modernización de los 90’s, aventureros de bajos fondos con pocas mujeres que parecen vivir en una historieta de Muñoz, un libro de Jorge Asis (¿o es que ellos realmente retratan un estilo? - basta de construccionismo-). Bueno, en fin, la película sintetiza (y juega) con esa parte de Buenos Aires con lo que yo fantaseaba, es más, el mismo Poloseki hacía eso, algo que ya casi me olvidaba. Algo que sentía cuando veía sus programas y que sentía como algo propio, como algo familiar, creo que por eso algo nos gusta, por eso todos pensamos que es un programa de culto y a nadie se le ocurriría dudar de ello. Programa perfecto porque iba justo al centro de nuestra fantasía de todo lo que es interesante, serio (!), estéticamente fuerte, políticamente duro, toma exacta, irónico, silencio justo, texto exacto, forma negra, humo de cigarrillo, Olivetti, sobretodo, suicidio, algún lugar donde escaparse, algún lugar donde escaparse. Un mundo lleno de mundos cercanos y ocultos.
El documental es bueno, muy bueno. Relatos de amigos y no tanto, un bizarro Sofovich que o te hace reir y no le crees nada o pensás que todo es un poco más raro y complejo de lo que te hace reir. Escenas memorables de sus agudos reportajes, una sensación doble: parece haber en su vida privada todo eso que las vidas privadas tienen, vida cotidiana no tan intensa como los relatos de las figuras públicas y los héroes, sin embargo al mismo tiempo su persona y su personaje parecen superponerse, un viaje final a la psicosis y al suicidio, final justo para hacer de si mismo el periodista maldito. Su trabajo fue una sutil fuga en la televisión argentina de los lenguajes trillados del show bussiness, sin embargo al revés de los que entran en el mundo de la TV y se convierten en "mostros tostados en cama solar" del jet set local, Fabián Poloseki tiene todas las monedas para entrar en la puerta grande del maldito. Es justamente el ensañamiento final con la muerte lo más interesante del documental, justamente al tratar tan cotidianamente esa muerte desplaza de un lugar tan fácil a algo que parece mucho más terrible y real. Eso lo deja mucho más cerca de los espectadores, lo deja casi como un par. Es que Poloseki parece alguien cercano, que todos quisimos ser un poco, es un poco generacional, sus programas, sus documentalistas, sus amigos, mis amigos, mi papá, las fantasías de los veinte pico. A todos nos gustaba y eso del gusto parece hacer un efecto de comunidad, de sentirse parte de algo. Casi como un ritual que reafirma el pertenecer. Los programas de Poloseki (como muchas otras cosas), al menos para mí, conectaban el fin de la adolescencia con mundos que eran todavía un poco ajenos. Fantasía media real y media imaginada de la que todos tenemos un poco. La película fue como un viento fresco que me hizo acordar como yo pensaba que era ser algo así como 'adulto' en Buenos Aires hace diez años, una mezcla ingénua de cllichés de sexo, drogas, política, rock, literatura, historietas, cine negro, cigarrillos negros, chicas violentas, suicidios, viajes raros.
Mozo, por favor, un agua sin gas!! ... Será la década de los 30’s que me ha traído esto, últimamente muchas cosas me hacen acordar a como veía las cosas hace diez años, otras no han cambiado tanto, mejor dicho me doy cuenta de que yo no he cambiado tanto, lo que ha cambiado es lo que está alredor. ¿O yo he cambiado también? ¿Han cambiado las cosas, las cosas han cambiado? Todos cambiamos un poco, las cosas, yo; yo, las cosas. ¿Alguien sabe de algún lugar donde escaparse?
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