Una tarde, en 1993, en Palomar, para detalles: la plaza de Plate, por vez primera me di cuanta que quería a alguien. Esa sensación nunca se fue del todo, la muchacha en cuestión creció, la seguí encontrando, nunca pasó jamás nada y viví enamorado durante años. Por años enteros esperaba encontrarla en el tren que iba de F. Lacroze a V. Bosch.
Aún hoy en mi vuelta a BA, al tomarme el tren, sigo teniendo la sensación de que estoy buscando entre los asientos con cuerina verde del ferrocarril Urquiza y observo con cuidado a las chicas sentadas con pelo lacio castaño y una carpeta forrada bajo el brazo a ver si la encuentro. Si, y todavía me saluda y me pregunta: por mi hermana, que tuvo un hijo; por lo que hago, que se enteró que esto, que aquello y yo ... volvería a pasarme de estación y bajar y acompañarla y charlar y estar totalmente aterrado como la primera vez que supe que era absolutamente irresistible y triste y diferente a todos. Con el tiempo esto último fue cambiando y nunca creí firmemente en aquella idea adolescente. Pero el corazón nunca latió tan rápido y cuando tuvo sucesivos “novios”, si eso existe a los diecitantos años, creí morir y temblar en la cama de noche. Creo que nunca me repuse del todo, no por ella misma sino por la educación moral que eso implicó. Aprendí a retorcerme y que me doliera algo más atrás de la panza y más adelante del estómago, como una sensación de mariposas en la panza pero convertidas en crisálidas. La chica, como decía, creo, se convirtió en una chica más, fue a la facultad, creo que nunca terminó, tuvo algunos novios sinceramente olvidables que arruinaron su impoluta imagen adolescente, alguna vez la vi y sentí que era igual, emitía opiniones políticamente obvias, se quejaba del mal del mundo, se reía de cosas que a mi no me causaban gracia, se creía especial sin saber que existían mil mundos a su alrededor y, lo peor, no estaba interesada en descubrirlos. Y digo: creo, porque no sé que pensaría si la veo de nuevo. En fin, quedó asociada a mi memoria corporal de lo que era que me gustara alguien. Como reza la maldición árabe: Que te enamores!
Eso fue hace más de diez años pero creo que esa sensación nunca se va a ir del todo, y quedará asociada al barrio en el que viví de chico y a las fiestas del colegio y al día que vino a casa a buscar una declaración de amor que nunca escribí, los dibujos que nos dábamos mutuamente, el día que nos quedamos solos en su casa, las infinitas veces que volvimos caminando juntos del colegio, lo infinitamente tonto de mis actos, y a todas las otras personas que me gustaron hasta ahora y en las que esa sensación nunca desapareció, sino que por el contrario se parecían a ensayos sobre la partitura original.
Otra emoción inicial fue con los finales: lloré con dos, con el ET cuando tenía 8 años y con el del cuento Los muertos de J. Joyce a los veinte y algo. Suena a efecto “pop-culto” tan común en estos días, pero debe ser generacional y en fin, así son las cosas. En el final de Los muertos, Gretta, la chica, se acuerda de un amor juvenil que muere por su culpa cuando era jóven pero que crea una imagen, de la juventud, la pureza, todo lo que se perdió para siempre en una vida individualizada y burguesa que se aleja cada vez más de la comunidad tradicional irlandesa, que parece retrógrada y gris frente a los valores de la ciudad. Esa imagen se queda con ella para siempre, y en el final de la historia ese recuerdo disuelve los estereotipos de lo gris y abúlico, lo nuevo y lo viejo y ya nadie sabe realmente quien está más muerto y que se pierde y cuándo:
“Ella dormía profundamente. Gabriel, apoyado en un codo, miró por un rato y sin resentimiento su pelo revuelto y su boca entreabierta, oyendo su respiración profunda. De manera que ella tuvo un amor así en la vida: un hombre había muerto por su causa. Apenas le dolía ahora pensar en la pobre parte que él, su marido, había jugado en su vida. La miró mientras dormía como si ella y él nunca hubieran sido marido y mujer. Sus ojos curiosos se posaron un gran rato en su cara y su pelo, y, mientras pensaba cómo habría sido ella entonces, por el tiempo de su primera belleza lozana, una extraña y amistosa lástima por ella penetró en su alma. No quería decirse a sí mismo que ya no era bella, pero sabía que su cara no era la cara por la que Michael Furey desafió la muerte.
Quizá ella no le hizo a él todo el cuento. Sus ojos se movieron a la silla sobre la que ella había tirado algunas de sus ropas. Un cordón del corpiño colgaba hasta el piso. Una bota se mantenía en pie, su caña fláccida caída; su compañera yacía recostada a su lado. Se extrañó ante sus emociones en tropel de una hora atrás. ¿De dónde provenían? De la cena de su tía, de su misma arenga idiota, del vino y del baile, de aquella alegría fabricada al dar las buenas noches en el pasillo, del placer de caminar junto al río bajo la nieve. ¡Pobre tía Julia! Ella también sería muy pronto una sombra junto a la sombra de Patrick Morkan y su caballo. Había atrapado al vuelo aquel aspecto abotargado de su rostro mientras cantaba Ataviada para el casorio. Pronto, quizá, se sentaría en aquella misma sala, vestido de luto, el negro sombrero de seda sobre las rodillas, las cortinas bajas y la tía Kate sentada a su lado, llorando y soplándose la nariz mientras le contaba de qué manera había muerto Julia. Buscaría él en su cabeza algunas palabras de consuelo, pero no encontraría más que las usuales, inútiles y torpes. Sí, sí, ocurrirá muy pronto.
El aire del cuarto le helaba la espalda. Se estiró con cuidado bajo las sábanas y se echó al lado de su esposa. Uno a uno se iban convirtiendo ambos en sombras. Mejor pasar audaz al otro mundo en el apogeo de una pasión que marchitarse consumido funestamente por la vida. Pensó cómo la mujer que descansaba a su lado había evocado en su corazón, durante años, la imagen de los ojos de su amante el día que él le dijo que no quería seguir viviendo.
Lágrimas generosas colmaron los ojos de Gabriel. Nunca había sentido aquello por ninguna mujer, pero supo que ese sentimiento tenía que ser amor. A sus ojos las lágrimas crecieron en la oscuridad parcial del cuarto y se imaginó que veía una figura de hombre, joven, de pie bajo un árbol anegado. Había otras formas próximas. Su alma se había acercado a esa región donde moran las huestes de los muertos. Estaba consciente, pero no podía aprehender sus aviesas y tenues presencias. Su propia identidad se esfumaba a un mundo impalpable y gris: el sólido mundo en que estos muertos se criaron y vivieron se disolvía consumiéndose.
Leves toques en el vidrio lo hicieron volverse hacia la ventana. De nuevo nevaba. Soñoliento, vio cómo los copos, de plata y de sombras, caían oblicuos hacia las luces. Había llegado la hora de variar su rumbo al Poniente. Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al Oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía así en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos”.
Ayer caminaba de nuevo por the barrio, visitaba a mis amigos, o al menos a los dos que quedan, pase por la casa de esa chica; hace tiempo que no vivo por aquí. A muchos les parecerían muertos, como los de la Irlanda “primitiva” de James Joyce. Otros estarían seguros de que lo son. Algunos ni saben que existen. Mi abuelo quería plantar árboles en las calles y fundar bibliotecas y abrir colegios y que los chicos cantaran el himno a San Martín y fueran ciudadanos democráticos y paladines de la libertad. En la noche por acá, hace años que también se oyen tiros como en Río, y todo es gris y no hay árboles y hay basura en la calle. Y hoy más que nunca como Gretta recordando la canción de Galway tuve esa sensación rara de que todo era más raro aún y que como Gabriel, muchos no entenderían nada o peor, intentaran huir. Al final no sé a donde quieren ir y tampoco nada es tan grave para quitarnos el sueño, tampoco da para tanta metafísica del barrio. Frente a los idiotas: calla y huye, como recomendaba Bakunin. Pero también pensé en esa emoción original, ese aprendizaje que se repitió otras veces en colores y con remakes.
Las segundas partes nunca fueron buenas, pero el cine de género ha producido todo un estilo que funciona y cuando no cumple, creemos que nos están engañando. Pensé que las cosas cambian pero los finales, en los melodramas, son siempre tristes, inclusive en los westerns. Y me acordé de una chica también, que apareció en escena mucho tiempo después. Hoy es casi la única persona que podría entender el recuerdo de Gretta y al pobre Gabriel. Y reírse y seguir llevando flores a los cementerios de Irlanda, hoy ya nadie tiene la loca idea de, como mi abuelo, plantar escuelas y bibliotecas. Esta chica es tan amable con el mundo como con ella misma y ello genera una especie de raro esquema de desborde energético que acelera todos los procesos, hasta el de la germinación. Con ella pasé de nuevo el final triste de la memoria emocional (parece un libro de autoayuda). Por lo que se abrieron los ecos de una tercera que activó las crisálidas de la panza hacia el fin de los 90’s. Esta inventó dos cosas: 1. nunca dejó de reírse y de bailar, y fue siempre sincera y me quiso siempre y me proveyó drogas y fiestas y compartimos amigos y amanecimos con LSD en autos conducidos por chóferes suizos y hasta hoy no paramos de reírnos y de saber algo que siempre nos unió: que somos un poco los perdedores, no los que se usan ahora que están de moda en ciertos círculos, los que lo saben como un miedo frío (yo más que ella aunque ella nunca lo aceptaría) y tratan de ocultarlo. 2. Casi por perversidad, me regaló un disco que oí sin parar el día que no quiso verme más.
Your day breaks, your mind aches,
There will be times when all the things she said will fill your head,
You wont forget her.
And in her eyes you see nothing,
No sign of love behind the tears cried for no one,
A love that should have lasted years.
Hubo otros que inventaron otras cosas, pero hoy no me estan sirviendo ...
julio 31, 2006
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1 comentario:
(besos en el tren, en su agonía llegando a Tropezón. La sorpresa de verte de nuevo adentro al arrancar y saber en un segundo que iba a quererte para siempre).
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