mayo 11, 2006

La eternidad de los astros

Antes de venir a Río, arreglé un viejo reloj suizo que fue de mi abuelo y que mi mamá me entregó a cambio de que “fuera a hacerlo arreglar”. Lo deje casi un año en el negocio que arreglaban relojes sobre la calle Libertad, en realidad adentro de esas galerías –con innegable aire de ilegalidad- de la calle Libertad. Antes de venirme, lo fui a buscar, ya con dudas de que lo hubieran vendido o despedazado en repuestos para otros relojes. Llegué al negocio el mismo día en que tenía que tomar el vuelo, luego de esperar que la clienta que estaba a mi lado charlara diez minutos con la dueña y amable relojera, se contaran las peripecias de sus respectivas proles –charla que encontré hasta simpática, en particular por la forma en que la relojera amiga opinaba sobre sus hijos, era realmente cariñosa y sensible-, entregué mi chamuscado recibo que había guardado casi un año en sucesivas billeteras. La relojera amiga lo miró y me dijo que esperara, su marido, el relojero amigo, otro hombre de aspecto entrañable, me dijo que sí, que estaba, que se acordaba particularmente de ese reloj, que en otro negocio lo hubiesen vendido, pero que él lo había guardado porque era muy raro verlos todavía, que estaban hechos para durar para siempre, que a pesar de ser comunes relojes de acero inoxidable tenían el mecanismo montado sobre diamantes, que para la época –digamos la década de 1940- era muy común. Pagué, compré una malla nueva para el viejo reloj y salí con la todavía insegura sensación de que había algo eterno todavía.
Cada vez que abro la página del Clarín desde el dos mil y ya no me acuerdo cuando, como guardé no la página principal sino un día en particular, aparece un ignoto día en el que la noticia más interesante es la del identikit (palabra que me remitió siempre a un imaginario policial más de las series de la tele que a la policía de verdad) con la cara del supuesto intruso a la Quinta de Olivos, una figura horrible que parece más el “hombre baba” o Mermaid (aquel enemigo de He-Man que moraba en los lagos y cuyo muñequito –codiciado por muchos niños hacia mediados de la década de 1980- cuando le apretabas la cabeza largaba un disparo de agua por su boca abierta, una especie de pequeño bombero loco de alta calidad) que una persona. No sé realmente porque nuca la cambié, me parece que me gustaba la sensación de releer las noticias de hace dos años, sentía un incómodo placer en ver que la cámara de diputados tal cosa, que Susana se había peleado con alguien más, un choque en la “Ruta de la muerte”, y el susodicho intruso que parece que tenía a la opinión pública como loca, sin ninguna dura con insomnio y más preocupada que los propios periodistas por la terrible amenaza a la entonces posible “débil” seguridad del flamante presidente Kirschner. Hoy decidí cambiar el favorito de Clarín a su link estable, no a su ignotaantiguapágina. Sin dudas siento que pierdo para siempre ese desfasaje que en Río se había vuelto rutinario, ya que en Buenos aires casi nunca leía el Clarín. Quizás tenga que ver con la distancia, espero que Buenos Aires sigua estando donde estaba cuando me fui, también siento que algo me lo voy a perder para siempre, aquí estoy más preocupado por darle un vistazo al Clarín, casi un cliché de la argentinidad. Siento que perdí algo, el diario argentino, no es más algo bizarro para mi, la horrible y graciosa cara del intruso a la quinta; ahora lo leo de lejos, cotidianamente, como cualquier persona lee el diario, las noticias, lo que pasa y lo que deja de pasar, la verdad es que nunca me importa demasiado todo ello, es más para ver que onda en Buenos Aires (la onda de los periodistas al fin y al cabo). Ayer también me puse a mirar cuidadosamente las marcas, los golpes, las rajaduras, el fondo amarillo y las manchitas del paño de fondo del reloj de mi abuelo. Tengo la terrible sensación de que en cualquier momento no va a andar más. Estamos todo el tiempo parados sobre el peligro.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No te preocupes. A Buenos Aires te la guardamos entre todos, engarzada -si no sobre diamantes- sobre las relucientes baldozas mojadas de Monserrat. Un año. O dos. No se vende ni se descoyuntura. Y, quién sabe, por ahí algún día deja de funcionar, pero no se olvida, así que no es necesario que guardes el recibo.
beso

moret dijo...

no temas, y cuidalo mucho, que si en verdad está montado sobre diamantes va a ser algo para siempre.

Anónimo dijo...

Buenos Aires anda siempre medio rota, medio mamarracha, pero anda.

Seguro con otros segunderos, te esperen muchas novedades por encontrar...

Salute.